Pan — Del gr. παν- pan-. 1. elem. compos. Significa 'totalidad'. Panteísmo. — dermia Del gr. -δερμία -dermía, der. de δέρμα, -ατος dérma, -atos. 1. elem. compos. Significa 'piel'. Taxidermia.
De cuatro úteros humanos proviene esta criatura pandérmica; encarnada en un solo cuerpo, en cuatro cuerpos, y en catorce. Escasos ejemplos similares hallamos en la historia de nuestra especie; deberíamos internarnos en otros grupos taxonómicos, más bellos y antiguos, para comprender esta Pandermia que observas. Los corales oceánicos, la ígnea roca del granito, las fantasías oníricas de dos octópodos abrazados, los gases exosféricos, aquellas hermanas barcelonesas unidas por sus cabelleras, colmena en tránsito, el bosque de un millar de árboles con una sola raíz subterránea. Allí dónde lo inorgánico fluyó hacia danzas vitales, en aquel meteorito que orbitaba alrededor de nuestro Sol, se gestó la primera forma de pandermia conocida. Hace cinco mil millones de años, la superficie de hielo y silicio de aquel meteoro sirvió de matriz rocosa, sobre la que diminutas parcelas de Universo se vieron encapsuladas, contenidas en el interior de delicadas esferas lipídicas. Nuevas fronteras moleculares. Nuevas lindes, permeables, frágiles, que multiplicaron las posibilidades de la Realidad. El Caos desbocado del afuera, se vio correspondido por el relentecido Caos acogedor de los adentros. Un cosmos granulado, de parcelas maleables, cuyas fronteras se fundían unas con las otras, para repelerse después, se fagocitaban, brotando racimos de esféricas gemas que convertirían aquel meteorito orbitante, pocos miles de años antes de abrazarse a la Tierra, en una fértil pista de baile. Esta criatura tetramórfica que prendiste en tu pantalla, de un solo cuerpo, cuatro cuerpos, o veintitrés, funciona de manera parecida a aquella estructura primigenia. Sin lugar a dudas, conserva en sus adentros humanos las sinergias de una pre-individualidad cósmica, que atraviesa a sus componentes, uniéndolas pero sin borrar sus disparidades. El vínculo pandérmico se gestó en septiembre del dos mil diecinueve. Fue entonces que los cuatro cuerpos empezaron a compartir el espacio, la luz y el pan. Primero se comprendieron mediante las heridas abiertas de sus organismos físicos. Allí por dónde sus epidermis nacieron desgajadas: en los párpados, en las bocas, en sus fosas nasales. Se vieron. Se hablaron. Hablaron del dedo de Colón apuntando al mar. De la vida o el museo. De las buenas compañías y los placeres carnales. De los cerros, el bosque, la filosofía. Se olieron. Olfatearon sus huellas digitales. Esos rastros que habían dejado tras de sí, a lo largo de los años, sus fantasmales cuerpos internáuticos. Huellas de dinosaurio en la noche de los cuerpos. Huellas de piedras talladas en hemisferios transparentes. De nuestros ojos carnosos. De cantar conjuros a las queridas madres. Más tarde, habiéndose reconocido en lo encarnado y amado en lo digital, aprendieron a expandir, entretejiéndolos, sus cuerpos. Por decirlo así, sus pieles iniciaron un reptante crecimiento. Como si cubrieran las sillas, el piso, el escritorio compartido, las macetas con las flores. Muy pronto, la red informática terrestre, construida en zinc, cobre, aluminio, rodio, neodimio o sílice, serviría como matriz de esta nueva naturaleza pandérmica. Extravagante cuerpo tetramórfico, transindividual, que abarca a todas sus componentes y a ninguna. Igual que las primeras formas celulares, en aquel meteorito pretérito; ahora, cinco mil millones de años después, las pieles que constituyen esta Pandermia que consultas, se funden, se fragmentan, se distancian, germinando pioneras anatomías humanas. Un cuerpo digital, dos cuerpos, tres, cuatro, setecientos setenta y siete cuerpos, gestados en la relación, en los cuidados, en la co-implicación constante, con el ánimo compartido de configurar nuevos imaginarios, nuevas posibilidades de Realidad, que les lleve hacia tiempos deseados y emancipadores. Un cuerpo digital, dos cuerpos, tres, cuatro, mil novecientos diecisiete cuerpos, cuya superficie ahora observas. Y, según te sumerjas en ella, te envolverán sus profundidades, se irán abriendo a tu paso; hasta fagocitarte, poco a poco, tan lentamente como la carne luminosa, en gesto de bienvenida. Texto para Tetramorfas escrito por Manuela Buriel.
Contacto: info@tetramorfas.netApoyo de ICUB. Institut de cultura de BarcelonaEsta página está en construcción.